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jueves, 10 de septiembre de 2015

EL PAISAJISTA, Cuento chino


Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana y desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del emperador era conocer así aquellos lugares remotos.
El pintor viajó mucho, visitó y observó detenidamente todos los parajes de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin una sola imagen, sin ni siquiera un boceto.
El emperador se sorprendió por ello y se enojó mucho.
Entonces el pintor pidió que le habilitaran un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones de la lejana provincia: los poblados, las montañas, los ríos, los bosques…
Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que el cuerpo del pintor se adentraba en el sendero, que avanzaba poco a poco en el paisaje, que se hacía más pequeño y se iba perdiendo a lo lejos. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al instante desapareció todo el paisaje y quedó el inmenso muro desnudo.
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jueves, 3 de septiembre de 2015

LA SURFISTA MAMALA Y EL DIOS TIBURON. Cuento de Hawai


“Dicen los viejos kahunas hawaianos que Dios creó primero el mar, luego la tierra y más tarde los fenómenos atmosféricos. Cuenta la leyenda que el mar se enamoró de la tormenta y la sedujo arrastrándola a las profundidades, donde tuvieron un idilio del que nacieron las olas (nalu). Estas vagaron durante años por las profundidades y Dios, al observarlas, se sintió complacido. Tiempo después, Dios creó al hombre e hizo para él un paraíso volcánico. Pero al ver que el hombre de vez en cuando se sentía vacío y necesitado, ordenó a las olas que fueran en su busca. Estas, en un alarde de fuerza y energía, cruzaron los mares en forma de ondas hasta llegar a la costa. Al contemplarlas, el hombre se rindió ante tanta belleza y, en un gesto espontáneo de amor y desprendimiento, hombre y ola se fundieron en una danza sagrada, que se llamó choree, surf. La danza de alabanza a Dios entre el hombre, la tormenta y el océano”.
Ke-kai-o-Mamala (El mar de Mamala), al oeste de Waikiki, fuera de las costas de Honolulu, es un lugar para hacer surf nombrado así en honor a una de las primeras surfistas de Hawái. Mamala existió realmente, en una época en que la historia hawaiana se transmitía oralmente. Fue una famosa surfista y una de las Grandes Jefas de O’ahu. También era considerada una Kupua: una semidiosa/ heroína con poderes sobrenaturales que podía cambiar de forma a su antojo y adoptar la forma de una mujer hermosa, de una lagartija gigante, un cocodrilo o un gran tiburón.
Según la leyenda, Mamala se enamoró de Ouha, el Hombre Tiburón, también Kapua como ella. Mamala y Ouha a menudo bebían Awa (una bebida embriagante) juntos y jugaban al Konane con las suaves piedras recogidas en la Bahía de Kou. Mamala surfeaba las más grandes olas de los mares turbulentos, cuando los vientos soplaban con fuerza. La gente admiraba su habilidad con la tabla y su valentía.
Mamala y Ouha eran felices pero, un día, Honoka’upu, jefe de una plantación de cocoteros, quiso que Mamala se casara con él. Ella accedió y abandonó a Ouha, el Hombre Tiburón, por el humano Honoka’upu.
Ouha se enfadó y trató de dañar a la nueva pareja, pero finalmente se alejó de ellos y vivió en el lago Ka-ihi-Kapu. Allí aparecía como un atractivo hombre con una cesta llena de camarones y pescado fresco que ofrecía a las mujeres del lugar, de las que luego se burlaba. Sin embargo, las mujeres se tomaron la revancha y un día ridiculizaron a Ouha. Este, al igual que otros personajes legendarios de Polinesia, no podía soportar la vergüenza y la humillación. En consecuencia, Ouha renegó de su forma humana y tomó para siempre la forma de un tiburón.
Y así pasaron el resto de sus días separados, Mamala cabalgando olas y Ouha nadando en las costas de Waikiki.



martes, 1 de septiembre de 2015

LA GRULLA AGRADECIDA. Cuento japonés



Erase una vez había un joven que vivía solo en una casita al lado del bosque. De regreso a casa durante un día de invierno bastante nevoso, oyó un ruido extraño. Se puso a caminar hacia un campo lejano de donde venía el sonido, y allí descubrió una grulla tumbada sobre la nieve llorando de dolor. Una flecha encajada en la ala tenía, pero el joven, muy cariñoso, se la quitó con mucho cuidado. El pájaro, ya libre, voló hacia el cielo y desapareció.
El hombre volvió a casa. Su vida era muy pobre. Nadie le visitaba, pero esa noche a la puerta sonó un frap-frap-frap. "¿Quién será, a esta hora y en tanta nieve?" pensó él. ¡Qué sorpresa al abrir la puerta y ver a una mujer joven y bonita! Ella le dijo que no podía encontrar su camino por la nieve, y le pidió dejarla descansar en su casa, para lo cual él fue muy dispuesto. Se quedó hasta el amanecer, y también el día siguiente.
Tan dulce y humilde era la mujer que el joven se enamoró y le pidió ser su esposa. Se casaron, y a pesar de su pobreza, se sentían alegres. Hasta los vecinos se alegraban de verlos tan contentos. Pero el tiempo vuela y pronto llegó otro invierno. Se quedaron sin dinero y comida, tan pobres como siempre.
Un día, para poder ayudar un poco, la mujer joven decidió hacer un tejido y su marido le construyó un telar detrás de la casa. Antes de empezar su trabajo ella pidió a su marido prometerla nunca entrar al cuarto. El lo prometió.
Tres días y tres noches trabajó ella sin parar y sin salir del cuarto. Casi muerta parecía cuando la mujer joven por fin salió, pero a su marido le presentó un tejido hermoso. El lo vendió y consiguió un buen precio.
El dinero les duró bastante tiempo pero cuando se acabo todavía seguía el invierno. Ya que, otra vez se puso a tejer la mujer joven, y otra vez su marido le prometió no entrar al cuarto. Fueron no tres sino cuatro días cuando ella, viéndose peor que la vez siguiente, salió del cuarto y le dio a su marido un tejido de tan gran maravilla que, al venderlo en el pueblo, consiguieron dinero suficiente para dos inviernos duros.
Más seguros para el futuro que nunca, desafortunadamente el hombre se hizo avaro. Atormentado, tanto por el deseo de ser rico como por los vecinos siempre preguntándole que cómo se podía tejer sin comprar hilo, el joven le pidió a su señora hacer otro tejido.
Ella pensaba que tenían bastante dinero y que no había necesidad, pero el avaricioso no dejaba de insistir. Puesto que, después de recordarle a su marido la promesa, la mujer se metió en el cuarto a trabajar.
Esta vez la curiosidad no le dejaba al hombre en paz. Ignorando su promesa, fue al cuarto donde su señora trabajaba y abrió un poquito la puerta. La sorpresa de lo que vio le hizo escapar un grito. Manejando el telar estaba no su señora sino un pájaro hermoso, cuál de las plumas que se iba arrancando de su propio cuerpo hacia un tejido igualmente hermoso. Cuando el pájaro, al oírle gritar, se dio cuenta de que alguien la miraba dejó de trabajar y de repente su forma se convirtió a la de la mujer joven.
Entonces, ella le explicó su historia, que ella era esa grulla cual él ayudó y que, agradecida, se convirtió a mujer, y que empezó a tejer para ayudarle no ser pobre, esto a pesar del sacrificio que tejer con las plumas de su propio cuerpo le costaba. Pero, ahora que él sabía su secreto, tendrían que dejar de ser juntos. Al oír esto, el prometió que la quería más que todo el dinero del mundo, pero ya no había remedio. Cuando acabó su historia, ella se convirtió a grulla y voló hacia el cielo.
Aportación de Gnosis de Encarnación de Díaz, Jal. México
"Vended lo que poseéis, -dijo el Cristo-, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón".
“ishavasyam idam sarvam yat kinca jagatyam jagat tena traktena bhunjitha ma gridhah kasya svid dhanam”
El Señor posee y controla todo lo animado e inanimado que hay en el universo.

El Isopanishad 1.1 (Libro de la India)

lunes, 31 de agosto de 2015

EL KOALA Y EL EMU. Australia


Cuento tradicional australiano

¿Por qué el koala vive subido a los árboles si no es un pájaro? ¿Por qué el emú no puede volar si es un ave?

Si quieres conocer los secretos que esconden estos animales australianos, lee el cuento de el koala y el emú :

Hace mucho tiempo, cuando el mundo vivía en el "Tiempo de los sueños", los animales convivían en la más absoluta armonía y tranquilidad, ya que más o menos todos llevaban la misma vida, tranquila y sosegada.

Pero un día estalló una discusión de enormes dimensiones que les encerró en el silencio más absoluto: se retiraron la palabra los unos y los otros. Pasaron las horas, los días y las semanas, y ni con el tiempo se devolvieron el saludo.

Muchas gotas de lluvia cayeron de las nubes hasta que, finalmente, se dieron cuenta de que ni siquiera recordaban el motivo que les había llevado a enfrentarse. Era tan ridículo continuar en aquellas circunstancias que decidieron volver a ser amigos otra vez, como si nada hubiera pasado.

Todos se hicieron amigos menos el emú, un animal lleno de orgullo y tozudez, y que se resistía a relacionarse con sus semejantes que vivían en los árboles, a los que consideraba inferiores.

Una vez, el emú se encontró al koala, y le dijo:

-Tenemos que resolver esta cuestión de una vez por todas, y ver finalmente quién tiene razón en nuestro debate.

-¿A qué te refieres? -le preguntó el koala- pero si ya nadie recuerda el motivo que nos llevó a enfrentarnos... lo mejor es que volvamos a ser amigos, como antes lo fuimos, y nos olvidemos de la cuestión.

Pero el emú entendía esto como una derrota. Era demasiado orgulloso y se creía mucho mejor que los demás. Esto hacía que de tantos elogios que se lanzaba a sí mismo, se fuera hinchando cada vez más y más, volviéndose grande y pesado, como un enorme globo cubierto de plumas:

-¡Seguro que éramos los pájaros los que teníamos razón! Por eso somos superiores a los animales que viven en los árboles. Además somos muy inteligentes y sabemos volar...

Tanto llegó a crecer su cuerpo orgulloso que cuando quiso pavonearse levantando el vuelo, el peso de su enorme cuerpo no le dejó volver a volar. Furioso y asustado, el emú empezó a correr arriba y abajo, estirando el cuello tanto como le era posible hacia el cielo, intentando tirar de él sin ningún resultado.

Cuando se volvió hacia el koala que contemplaba la escena, el emú tenía un gesto tan aterrador que el pobre koala se encaramó de un salto al árbol más cercano. Una vez allí decidió que jamás volvería a poner un pie en el suelo, temiendo que el emú la emprendiera con él.

Ni cuando la sed le asaltaba cedió en su empeño, pues descubrió que en las hojas verdes se escondía un poco de agua, quizás menos de la que cabía en una sola gota, pero suficiente para poder sobrevivir.

Desde entonces el koala ya no bebe nunca agua como los otros animales, y se pasa los días y las noches subido a los árboles. La vida del emú también cambió pues desde entonces, no ha dejado de correr agitando sus alas cada vez más pequeñas, intentando sin éxito, volver a volar como lo hacía en aquél "Tiempo de los sueños".

domingo, 30 de agosto de 2015

LA CAZADORA DE MARIPOSAS. Argentina



Cuento ´popular argentino. Aparece sin autor

Hace muchísimos años, vivía en los alrededores de Buenos Aires, una familia acaudalada poseedora, entre otras fincas hermosas: de un jardín que parecía de ensueño.
 En él había macizos de cándidas violetas, escondidas entre sus redondas hojas; olorosos jazmines blancos; rojos claveles, como gotas de sangre; altaneras rosas de diversos colores, pálidas orquídeas de imponderable valía; grandes crisantemos y moradas dalias que recordaban a países remotos y pintorescos.
 Es natural que, al abrirse tantas flores de múltiples coloridos y perfumes, existiera también la corte de insectos que siempre las atacan, para alimentarse con sus néctares o simplemente para revolotear entre sus pétalos.
 De día, el jardín era visitado por miles de bichitos de variadas especies, entre los que sobresalían las mariposas de maravillosas alas azules, blancas y doradas.
 Pero estos hermosos lepidópteros tenían un gran enemigo que los perseguía sin tregua y con verdadera saña y sin ninguna finalidad práctica.
 Este enemigo era la hija del dueño de la casa, llamada Azucena, como cierta flor, pero menos pura que ésta, ya que no se conmovía ante la belleza y la fragilidad de las pobrecitas mariposas, y con su red, en forma de manga, las cazaba para después pincharlas sin piedad con alfileres y colocarlas en sendos tableros, donde las coleccionaba, por el sólo placer de mostrar a sus amistades el curioso y cruel museo.
 Cierta noche, después de una fructífera caza, Azucena soñó con el Hada del Jardín. Esta era una mujer blanca, como los pétalos de las calas, de cabello dorado como la espuela del caballero y de ojos celestes como las pequeñas hojas de las dalias. Vestía un manto soberbio de piel de chinchilla, adornado con flores de lis hechas de láminas de oro, y su mano derecha sostenía una vara de nardo en flor, que derramaba sobre el jardín una pálida luz como la reflejada por la luna.
 Su corte era numerosa, y tras el hada, en disciplinadas filas, llegaban toda clase de insectos, abejas, escarabajos, grillos, mariposas, avispas, cigarras, hormigas y miles de otras especies, que en perfecto orden, caminaban a paso de marcha, portadoras de armas de los más variados tipos.
 El hada se acercó a la cama de la cruel niña y luego de tocarla con la olorosa vara de nardo, le dijo con su voz suave como la brisa del jardín:
 - ¡Azucena! ¡Tú eres una niña educada y de buen corazón! ¡Tus crueldades para con algunos hermosos habitantes de mis canteros, son producto de tu inconsciencia! ¡Todos los animalitos de mis dominios son buenos e inofensivos y llegan hasta mis flores para alimentarse y embellecer mi reino! ¡No les hagas daño! ¡Tú eres una enemiga despiadada de mis mariposas! ¡Las persigues y las matas entre los más atroces suplicios! ¿Qué te han hecho ellas? ¡Nada! ¡Su único pecado consiste en ser bellas y tener alas de divinos colores! ¡Piensa que son hijas de Dios, como tú y como todo lo creado, y desde mañana debes dejar de perseguirlas y ser amiga de todo lo que existe en mi hermoso jardín!
 - Hada divina -respondió la niña.- ¡Tus mariposas son tan bellas que yo deseo coleccionarlas para enseñárselas a mis amigas!
 - ¡Tú eres también bella! -le respondió el hada,- pero no te gustaría que, por serlo, alguien te hiciera sufrir y te matara pinchándote en la pared.
 - ¡Oh, no! -contestó la niña asustada.
 - ¡Pues bien! ¡Lo que no quieres para ti, no lo hagas a los demás y seguirás tu vida feliz y contenta, querida por todos y bendecida por los inofensivos animalitos de mis dominios!
 La pequeña Azucena prometió enmendarse, jurando no perseguir más a las multicolores mariposas, pero a la mañana siguiente, en presencia del follaje que le brindaba mil placeres, olvidó las palabras del hada y prosiguió su incansable persecución de tan encantadores lepidópteros.
 La noche siguiente soñó algo que la llenó de miedo.
 Estaba en presencia de un tribunal de insectos, en medio de un macizo de violetas, presidido por el hada que dominaba el cuadro, sentada sobre un sillón de oro, adornado con varas de nardo y tapizado con pétalos de rosa.
 El acusador era el grillo, que agitaba sus élitros como un loco, señalando al aterrorizado reo.
 - Esta mala niña -decía el grillito,- no ha hecho caso de los ruegos de nuestra hada. Desde hace mucho tiempo persigue a nuestras amigas las mariposas, que embellecen el jardín con sus maravillosas alas multicolores. Sin piedad, llevando en sus crueles manos una gran red para cazarlas, las mata entre los más atroces suplicios que, si se cometieran entre los humanos, levantarían un clamor por el crimen y la alevosía. El reo tiene en su contra el haber sido perjuro.
 Un griterío ensordecedor apagó la vibrante voz del grillo.
 Éste continuó:
 - ¡El reo, he dicho, es perjuro, ya que ha cometido la enorme falta de engañar a nuestra reina, la hermosa y buena Hada del Jardín!
 - ¡La muerte! ¡La muerte! -aullaban los insectos.
 El hada levantó su vara de nardo e impuso silencio.
 - ¡Debe pagar sus culpas, con la peor de las penas -terminó el acalorado acusador,- y por lo tanto, solicito del tribunal que me escucha, la de muerte, para la niña mala y cruel!
 Las últimas palabras del grillo, produjeron un verdadero alboroto y todos los animalitos gritaban en sus variadas voces, solicitando un ejemplar castigo, ante el terror de Azucena que contemplaba todo aquello, atada a un árbol y vigilada por cien abejas de puntiagudos aguijones.
 Una vez hecha la calma, se levantó el defensor, un escarabajo cachaciento y grave que comenzó diciendo:
 - Respetable tribunal. ¡Francamente no sé qué palabras emplear para defender a tan temible monstruo que asola nuestro querido país! ¡Su majestad, nuestra hada, me ha designado para que defienda a esta niña mala y no encuentro base sólida para iniciar mi defensa! ¡Sólo sé decirles, que esta criatura, como ser humano de pocos años, quizá no tenga aún el cerebro maduro para reflexionar en los graves daños que comete y persiga a nuestras mariposas con la inconsciencia de su corta edad! ¡Pero… creo que no es ella la única que ha faltado a sus deberes de la más simple humanidad, sino sus mayores, que han descuidado conducirla por el buen camino y hacerle ver con suaves palabras que martirizar a los débiles es un pecado que ni el mismo Creador perdona! ¡Por lo tanto, solicito seáis clementes con ella!
 Acallados los silbidos y los aplausos motivados por la feliz peroración del escarabajo, mucho más elocuente que la de algunos mortales que llegan a altas posiciones, se reunió el tribunal para deliberar sobre el castigo que merecía tan despiadada muchacha.
 Breves momentos después, el ujier, que para este caso era un alargado alguacil, leyó gravemente la sentencia…
 “¡La niña Azucena, será condenada a sufrir los mismos martirios que ella ha impuesto a las indefensas mariposas!”
 Una salva de atronadores aplausos siguió a la lectura y los insectos todos, ante la orden del hada, se encaminaron a sus respectivas tareas, ya que las primeras claridades del día anunciaban bien pronto la llegada del sol.
 Azucena, aquella mañana se levantó del lecho algo preocupada con el sueño, pero ante la presencia de los padres y con la confianza que inspira la luz, olvidó la pena impuesta por los insectos y reinició la cruel cacería con la temible red, que no paraba hasta atrapar los hermosos lepidópteros.
 Pero la fría cazadora no contaba con la ejecución de la sentencia del tribunal nocturno.
 No bien comenzó su inconsciente persecución, fue atacada por un verdadero ejército de miles de abejas y de avispas, que bien pronto convirtieron la cara de la muchacha en algo imposible de reconocer por el color y la hinchazón.
 En vano la infeliz gritaba pidiendo socorro y tratando de defenderse de tan brutal ataque. Las abejas y avispas, poseídas de un ciego furor, continuaron su obra hasta que la niña, casi desvanecida, fue sacada de tan difícil situación por los padres, que inmediatamente la condujeron a su habitación para hacerle la primera cura de urgencia.
 Azucenita, tardó varios días en mejorarse de tan terribles picaduras y cuando volvió a su jardín recordó la dura lección de los insectos y nunca mas volvió a cazar mariposas ni cometer actos de crueldad con los indefensos animalitos de los dominios de la hermosa hada, que tan bien la había aconsejado. 

sábado, 29 de agosto de 2015

LOS HIJOS DE NUT. Cuento egipcio

Hace mucho tiempo, Ra, el señor de todos los dioses, aún reinaba sobre la Tierra como faraón. Vivía en un enorme palacio a orillas del Nilo, y todos los habitantes de Egipto acudían a presentarle sus respetos. Los cortesanos no dudaban en complacerlo, y él pasaba el tiempo cazando, jugando y celebrando fiestas. ¡Una vida realmente placentera!
Pero un día llegó a palacio un cortesano que le contó una conversación que había oído. Thot, el dios de la sabiduría y la magia, le había dicho a la diosa Nut que algún día su hijo sería faraón de Egipto. Ra se puso muy furioso. Nadie salvo él era digno de ser faraón. Caminaba de un lado a otro gritando:
-¡Cómo se atreve Thot a decir eso! ¡Ningún hijo de Nut me destronará!
Reflexionó sobre ello largo tiempo, al cabo del cual, tras invocar sus poderes mágicos, lanzó la siguiente maldición:
"Ningún hijo de Nut nacerá en ningún día ni en ninguna noche de ningún año".
La noticia pronto se extendió entre los dioses. Cuando Nut se enteró de la maldición. Se sintió muy apesadumbrada. Deseaba un hijo, pero sabía que la magia de Ra era muy poderosa. ¿Cómo podría romper el maleficio? La única persona que podía ayudarla era Thot, el más sabio de todos los dioses, así que fue a verlo.
Thot quería a Nut y, al verla llorar, decidió ayudarla.
-No puedo romper la maldición de Ra, pero puedo evitarla. Espera -le pidió.
Thot sabía que Jonsu, el dios Luna, era jugador, así que lo retó a una partida de senet. Jonsu no pudo resistirse y cedió al desafío.
-¡Oh, Thot! -exclamó-. ¡Tal vez seas el dios más sabio, pero yo soy el mejor jugador de senet! No he perdido ninguna partida. Jugaré contigo y te ganaré.
Los dos se sentaron a jugar. Thot comenzó ganando todas las partidas.
-Has tenido su erte, Thot -dijo Jonsu-. Apuesto una hora de mi luz a que te gano la siguiente partida.
¡Pero también perdió! Thot continuó ganando y Jonsu siguió apostando su luz hasta que Thot hubo conseguido una luz equivalente a la de cinco días.
Entonces Thot se puso en pie, dio las gracias a Jonsu y se fue llevándose la luz consigo.
-¡Menudo cobarde! -murmuró Jonsu-. Mi suerte empezaba a cambiar. ¡Habría ganado esta partida!
Thot colocó los cinco días entre el final de ese año y el comienzo del siguiente. En aquella época, un año tenía 12 meses de 30 días cada uno, lo que sumaba un total de 360 días.
Nut se sintió feliz cuando Thot le contó lo que había hecho. Como los cinco días no pertenecían a ningún año, sus hijos podrían nacer en esos días sin romper el maleficio de Ra.
El primer día Nut dio a luz a Osiris, que sería faraón después de Ra; el segundo día, a Harmachis, que está inmortalizado en la Esfinge; el tercer día, a Seth, que más tarde mataría a Osiris y se convertiría en faraón; el cuarto día, a Isis, que sería la esposa de Osiris; y el quinto día, a Neftis, que sería la esposa de Seth.
En cuanto a Jonsu, el dios Luna, quedó tan debilitado tras la partida que ya no pudo brillar con fuerza todo el tiempo. Aún hoy, la Luna sólo brilla toda entera durante unos cuantos días del mes, y ha de pasar el resto del tiempo recobrando fuerzas.
FIN


EL NIÑO PRODIGIOSO. Cuento ruso

El Niño prodigioso
Érase un acreditado comerciante que vivía con su mujer y poseía grandes riquezas. Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, cosa que deseaban ambos ardientemente, y para ello pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un niño que les hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez y heredase sus bienes y rezase por sus almas después de muertos.
Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue; además de esto, idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo. El puente costaba mucho dinero; pero a pesar de ello el comerciante llevó a cabo su proyecto y lo concluyó, en su afán de hacer bien a sus semejantes.
Una vez el puente terminado, dijo a su mayordomo Fedor:
— Ve a sentarte debajo del puente, y escucha bien lo que la gente dice de mí.
Fedor se fue, se sentó debajo del puente y se puso a escuchar. 
Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos hablando entre sí, y decían:
— ¿Con qué recompensaríamos al hombre que ha mandado construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que diga se cumpla y todo lo que le pida a Dios le sea concedido.
El mayordomo, después de haber oído estas palabras, volvió a casa.
— ¿Qué dice la gente, Fedor? — Le preguntó el comerciante.
— Dicen cosas muy diversas: según unos, haz hecho una obra de caridad construyendo el puente, y según otros, lo has hecho sólo por vanagloria.
Aquel mismo año la mujer del comerciante dio a luz un hijo, al que bautizaron y pusieron en la cuna. El mayordomo, envidioso de la felicidad ajena y deseoso del mal de su amo, a media noche, cuando todos los de la casa dormían profundamente, cogió un pichón, lo mató, manchó con la sangre la cama, los brazos y la cara de la madre, y robó al niño, dándolo a criar a una mujer de un pueblo lejano.
Por la mañana los padres se despertaron y notaron que su hijo había desaparecido; por más que lo buscaron por todas partes no pudieron encontrarlo. Entonces el astuto mayordomo señaló a la madre como culpable de la desaparición.
— ¡Se lo ha comido su misma madre! — Dijo—. Mira, todavía tiene los brazos y los labios manchados de sangre.
Encolerizado el comerciante, hizo encarcelar a su mujer sin hacer caso de sus protestas de inocencia.
Así transcurrieron algunos años, y entre tanto el niño creció y empezó a correr y a hablar. Fedor se despidió del comerciante, se estableció en un pueblo a la orilla del mar y se llevó al niño a su casa.
Aprovechándose del don divino del niño, le mandaba realizar todos sus caprichos diciéndole:
— Di que quieres esto y lo otro y lo de más allá.
Y apenas el niño pronunciaba su deseo, éste se realizaba al instante.
Al fin un día le dijo:
— Mira, niño, pide a Dios que aparezca aquí un nuevo reino, que desde esta casa hasta el palacio del zar se forme sobre el mar un puente todo de cristal de roca y que la hija del zar se case conmigo.
El niño pidió a Dios lo que Fedor le decía, y en seguida, de una orilla a otra del mar, se extendió un maravilloso puente, todo él de cristal de roca, y apareció una espléndida población con suntuosos palacios de mármol, innumerables iglesias y altos castillos para el zar y su familia.
Al día siguiente, al despertarse el zar, miró por la ventana, y viendo el puente de cristal, preguntó:
— ¿Quién ha construido tal maravilla?
Los cortesanos se enteraron y anunciaron al zar que había sido Fedor.
— Si Fedor es tan hábil — dijo el zar—, le daré por esposa a mi hija.
Con gran rapidez se hicieron todos los preparativos para la boda y casaron a Fedor con la hermosa hija del zar. Una vez instalado Fedor en el palacio del zar, empezó a maltratar al niño; lo hizo criado suyo, lo reñía y pegaba a cada paso, y muchas veces lo dejaba sin comer.
Una noche hablaba Fedor con su mujer, que estaba ya acostada, y el niño, escondido en un rincón oscuro, lloraba silenciosamente con desconsuelo; la hija del zar preguntó a Fedor cuál era la causa de su don maravilloso.
— Si antes sólo eras un pobre mayordomo, ¿cómo conseguiste tantas riquezas? ¿Cómo pudiste en una noche hacer el puente de cristal?
— Todas mis riquezas y mi poder mágico — contestó Fedor— las he obtenido de ese niño que habrás visto siempre conmigo, y que le robé a su padre, mi antiguo amo.
— Cuéntame cómo — dijo la hija del zar.
— Estaba yo de mayordomo en casa de un rico comerciante al que Dios había prometido que tendría un hijo dotado de tal virtud que todo lo que dijera se realizaría y todo lo que pidiese a Dios le sería dado. Por eso, apenas nació el niño yo lo robó, y para que no se sospechase de mí, acusé a la madre diciendo a todos que se había comido a su propio hijo.
El niño, después de haber oído estas palabras, salió de su escondite y dijo a Fedor:
— ¡Bribón! ¡Por mi súplica y por voluntad de Dios, transfórmate en perro!
Y apenas pronunció estas palabras, Fedor se transformó en perro. El niño, atándole al cuello una cadena de hierro, se fue con él a casa de su padre.
Una vez allí dijo al comerciante:
— ¿Quieres hacerme el favor de darme unas ascuas?
— ¿Para qué las necesitas?
— Porque tengo que dar de comer al perro.
— ¿Qué dices, niño? — Le contestó el comerciante—. ¿Dónde has visto tú que los perros se alimenten con brasas?
— ¿Y dónde has visto tú que una madre se pueda comer a su hijo? Has de saber que soy tu hijo y que este perro es tu infame mayordomo Fedor, que me robó de tu casa y acusó falsamente a mi madre.
El comerciante quiso conocer todos los detalles, y ya seguro de la inocencia de su mujer, hizo que la pusieran en libertad. Luego se fueron todos a vivir al nuevo reino que había aparecido en la orilla del mar por el deseo del niño.
La hija del zar volvió a vivir en el palacio de su padre y Fedor se quedó en miserable perro hasta su muerte.